Fuerte Victoria Grande, Melilla
Repository: Antonio Cazorla Sánchez Personal Collection, Peterborough, Canada
Creator: Antonio Cazorla Sánchez
Contributor: Antonio Cazorla Sánchez
Date Created: 2021-03
Type: Fortifications
Extent: 1 item
Geographic Region: Melilla, Spain
35.2919, -2.94071
La Guerra Civil comenzó en Melilla en la tarde del 17 de julio de 1936. Los primeros fusilamientos comenzaron al amanecer del día siguiente, y afectaron sobre todo a los militares que se mantuvieron leales a la República. La defensa heroica de la base de hidroaviones del Atalayón, en la Mar Chica, le costó la vida al jefe de la fuerza aérea local, el capitán Virgilio Leret, un talento de la aeronáutica española quien acababa de patentar el motor a reacción. Pero también caerían muchos más jefes y oficiales como el comandante militar de la plaza, el general Romerales, y su ayudante, el comandante Seco. Inmediatamente también comenzó una persecución feroz de los civiles. Los rebeldes se enfrentaban a una población atemorizada pero hostil. En las elecciones de febrero de 1936, el Frente Popular obtuvo más del 72% de los votos en esa ciudad, que entonces contaba con menos de 65.000 habitantes. Muchos republicanos consiguieron escapar a la zona francesa del Protectorado de Marruecos, pero muchos más quedaron atrapados y sufrieron un destino terrible.
En muchos casos, los militares rebeldes desplegaron, con la ayuda de falangistas y derechistas locales, una crueldad inimaginable. Por ejemplo, al llamado “Padre Jaén”, un antiguo sacerdote que se había convertido en un dirigente socialista, lo expusieron en una jaula en el céntrico parque Hernández. Como muchos otros, fue torturado y fusilado. Los rebeldes ejecutaron al menos a 316 personas. Los lugares de detención, tortura y ejecución en Melilla fueron muchos: el fuerte de Rostrogordo, lugar de fusilamientos masivos; el fuerte de Victoria Grande, que reproducimos aquí (una restauración en 2016 borró las últimas huellas de tan triste función); la carretera de Alfonso XIII, donde aparecieron tirados decenas de paseados por falangistas y militares, a los que el coronel Luis Solans, nuevo jefe de la plaza, dio carta blanca para sus fechorías; el cuartel de la Guardia Civil de la Batería Jota, donde los presos sufrieron torturas horrendas; las tapias del cementerio, donde otros muchos vieron su último amanecer; y, ya fuera de la ciudad, al campo de concentración de Zeluán, donde miles de presos languidecieron o murieron de mal trato, hambre o suicidios.
Tenemos un valiosísimo testimonio de este horror en las memorias de la escritora Carlota O’Neill, viuda del capitán Leret, que pasó cuatro años encerrada en la cárcel de Victoria Grande. Su libro Una mujer en la Guerra de España detalla con sensibilidad lo inesperado del golpe militar para los ciudadanos de a pié, el horror que se desató en Melilla, y cómo las gentes de distintas situaciones sociales y posturas ideológicas vivieron los hechos. Lejos de ser una narración maniquea, nos cuenta también las contradicciones, para bien o para mal, de las víctimas, los verdugos y el resto de la población en los años terribles que comenzaron aquella tarde de verano de 1936.