La Guerra de España fue una Guerra Civil, es decir, un conflicto nacional interno, doméstico, que, no obstante, se internacionalizó incluso antes de su inicio. Sin ello, sin la ayuda proporcionada directa o indirectamente por determinados Estados europeos y extraeuropeos, habría resultado un conflicto de corta duración, dada la limitada capacidad española para producir armas y suministros bélicos en general, así como su dependencia exterior de combustibles y productos industriales esenciales.
La española fue, por otra parte, una más de las guerras de la década de 1930s -junto con la agresión japonesa a China, o la fascista italiana a Abisinia- que la Sociedad de Naciones fue incapaz de detener.
Su importancia y su enorme trascendencia histórica residen en que en ella confluyeron los dos paradigmas generales que dominaron la política en el período de Entreguerras: el anticomunismo, originado tras el triunfo de la revolución bolchevique de 1917 y el posterior establecimiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas; y el antifascismo, con unas Italia y Alemania fascistas y con un Hitler cuestionando por la vía de los hechos el orden europeo surgido de la Paz de Versalles. De esta manea, junto a la República Española combatirían miles de voluntarios antifascistas, llegados de todas partes, convencidos de que era en suelo español donde comenzaba a dirimirse el futuro del Europa y del mundo; mientras que el bando rebelde contaría con la simpatía del mundo conservador y católico, convencido de estar asistiendo a una nueva revolución comunista, ahora en el sur de Europa.
El resultado de la Guerra Civil estuvo marcado por la adopción de la política llamada de No Intervención, un acuerdo firmado por veintisiete estados europeos -todos con la excepción de Suiza-, auspiciado por Francia y apoyado desde el primer momento por Gran Bretaña. Un acuerdo que instituía el compromiso de no vender armas ni suministros a ninguno de los bandos contendientes para tratar de acabar con la guerra por consunción. Algo que desde el primer momento no tuvo viso ninguno de realidad, dado que tanto Alemania, como Italia y Portugal venían ayudando a los militares rebeldes y poco después la Unión Soviética lo hizo a la República. Una política que en realidad formaba parte de la estrategia de apaciguamiento británica -y en buena parte francesa-, que buscaba evitar el estallido de una nueva guerra con Alemania y que acabaría fracasando el 1 de septiembre de 1939 con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, tan sólo cinco meses después del fin de la Guerra de España.
Los suministros y las tropas enviadas por Alemania e Italia a Franco, junto con la ayuda de Portugal, acabaron siendo decisivas para su victoria. Superaron a lo enviado a la República por la Unión Soviética o México, que contó también con la intermitente tolerancia de Francia con la apertura de su frontera.
El resultado sería una dictadura brutalmente represiva, antidemocrática, antiizquierdista y fascistizada que sobreviviría hasta 1977, retardando la recuperación del país por decenios y privando hasta entonces a su población de democracia.