Sobre de una carta enviada por correo en Alemania con sellos por valor de 5 millones de marcos
La Gran Guerra trastocó la economía de todos los estados europeos. Los neutrales se enriquecieron proveyendo a los beligerantes y estos tuvieron que adaptar sus sistemas productivos a las necesidades bélicas. Pero quienes más sufrieron las secuelas negativas fueron los países nacidos en el territorio de los grandes imperios derrotados.
Desaparecidos los viejos mercados imperiales, hubo que improvisar otras rutas de intercambio comercial, forjar nuevos mercados nacionales, crear nuevas administraciones económicas, establecer nuevas divisas, diseñar nuevos sistemas fiscales… La construcción de este entramado económico requirió un tiempo durante el cual el funcionamiento normal de la economía entró en suspenso. Incluso el dinero perdió su valor y reaparecieron prácticas como el trueque.
El caso alemán fue especialmente grave. Los vencedores impusieron unas indemnizaciones brutales a la recién nacida República de Weimar. El sistema productivo germano, quebrado tras la derrota, no generó recursos suficientes para pagar tal volumen de deuda y fue preciso imprimir unas ingentes cantidades de dinero.
La masa monetaria en circulación creció sin límite y a partir de 1922 una inflación desbocada descoyuntó la economía alemana. En enero de 1923, un dólar valía 18.000 marcos. En mayo, 50.000. Al mes siguiente, 150.000. En agosto, 4 millones. En septiembre, 160. Poco después alcanzó los 1.000 millones… En octubre de 1923, como muestra el sobre aquí reproducido, el franqueo de una carta local ascendía a 5 millones de marcos. Hasta finales de 1924, las autoridades alemanas no lograron controlar la hiperinflación.
En la segunda mitad de los años veinte, las economías europeas parecían haberse estabilizado y crecían de nuevo. Pero el 24 de octubre de 1929, la quiebra de la bolsa de Nueva York desató una crisis que desde Estados Unidos se expandió por el globo en la siguiente década. A lo largo de todo el continente europeo quebraron bancos, cerraron industrias, aumentó el paro, se disparó el precio de las subsistencias y todo ello provocó un malestar social que acentuó la inestabilidad política, debilitó las democracias y alentó regímenes populistas y autoritarios.
España no fue ajena a este panorama. Los capitales que habían encontrado refugio en el país durante la Gran Guerra cruzaron la frontera en dirección contraria. La peseta se depreció. Las importaciones cayeron. La financiación exterior decreció. La contracción del capital en el mercado refrenó la actividad agraria e industrial. El paro creció en el campo y en las ciudades y todo ello generó una aguda conflictividad social que acompañaría a la Segunda República desde sus inicios hasta la guerra civil.
MML