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Crecí en Capellades, un pequeño pueblo a las afueras de Barcelona, en una familia catalana burguesa. Ahora vivo en Eugene, Oregón. Después de diez años en el Área de la Bahía, me mudé a Eugene en 1986 para realizar un trabajo de posgrado en la Universidad de Oregón y nunca volví a vivir en España.
A principios de los años 70, mi novio Ignasi Vidal, editor de Editorial Edima y más tarde de Grijalbo, estaba interesado en encontrar documentos y manuscritos en los archivos de exiliados de la Guerra Civil Española para publicarlos. Visitamos Toulouse varias veces, donde conocimos a Ramón Puig, miembro de la CNT, que durante la República fue el último alcalde de Ripoll, un pueblo de la provincia de Girona, cerca de los Pirineos.
Ramón era generoso y de mente abierta, confiaba en nosotros, compartía información importante, libros y orientación, además de contarnos historias políticas y personales. Era un ser humano extraordinario. La última vez que lo vimos, cuando nos íbamos y ya en la calle, miró hacia arriba y abajo para asegurarse de que nadie nos estuviera observando, luego sacó el pañuelo de su bolsillo y me la dio y dijo “tener cuidado”. Sus palabras y su protección amorosa resonaron profundamente en mí. En mi vida, al mudarme de un lugar a otro, lo he recordado a él y a sus consejos.
Estos encuentros con Ramón, así como con otros exiliados, transformaron mi visión de la Guerra Civil Española, de Cataluña y de España. Aprendí de él y de otros exiliados más de lo que jamás podría haber aprendido en cualquier aula durante la dictadura de Franco y más allá. Me dio hambre de aprender y me ayudó a ser la persona que soy hoy.
Durante la infancia y la adolescencia, los exiliados de la Guerra Civil Española habían sido demonizados por maestros y líderes religiosos. Eran los “rojos”, los demonios. Al interactuar con ellos, ver cómo vivían y hablar con ellos, pude apreciar su humanidad, conocimiento y profundo compromiso para construir un mundo justo y mejor.