Carlos Martín Gaebler
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Soy Carlos Martín Gaebler, doctor en Filología. He sido durante 39 años profesor de la Universidad de Sevilla. Ahora llevo casi dos años jubilado, escribiendo, fotografiando el mundo y disfrutando de la vida.
Esta es una foto de Manuel Sánchez Librero (Aznalcóllar, Sevilla, 1904-1937). Manuel trabajaba como chófer del autocar de la Compañía Gaditana de Minas que cubría las rutas entre Aznalcóllar y Sevilla, Sanlúcar la Mayor y Gerena. No estaba afiliado a ningún partido o sindicato. Se decía de él que no se metía en política.
Guapo, rubio y de ojos verdes, Manuel Sánchez Librero era hermano de Amelia Sánchez Librero, y tío de Manola Palomo Sánchez, quien ha cedido su ADN salivar para la identificación futura de sus restos cuando éstos aparezcan. Fue asesinado a los 33 años dentro del término de Sanlúcar la Mayor, por demócrata, por agnóstico, y, seguramente también, por ser una persona decente.
Tras el asesinato de Manuel, su hermana Amelia comenzó a enfrentarse a menudo con los falangistas, que la obligaban a poner la bandera franquista en el balcón de la casa familiar en Aznalcóllar. En una ocasión, Amelia se fue resuelta a la azotea, echó mano de una bata negra, la colgó de un escobón y la fijó al balcón en señal de luto por la muerte de su hermano. Al pronto, volvieron a presentarse los falangistas en el domicilio recordándole que esa no era la bandera que ellos le habían dado para que la colgara. Amelia desobedeció la orden y el escobón siguió colgado del balcón con la bata a modo de crespón negro. Amelia era una mujer que no se callaba una. Cuando la obligaban a alzar el brazo para hacer el saludo fascista, ella no lo levantaba nunca. Los falangistas solían meterle por el costado la muleta que llevaban para hacerle levantar el brazo, pero ella se metía las manos en los bolsillos o se cruzaba de brazos.
Mi abuela María Ojeda Díaz había contratado a Amelia Sánchez Librero para trabajar como niñera tras el nacimiento de mi tío Fernando en los años 40. La que para todos nosotros era la tata Amelia era ya un miembro más de la familia cuando éramos pequeños en los años 60 y visitábamos la casa de mi abuela, en Alcalá de Guadaíra, Sevilla. Pasaron los años, mi abuela fallece, Amelia pasa a trabajar para mi tío, nosotros nos hacemos mayores, Amelia fallece a los 104 años, pero ni que decir tiene, ni una palabra en la familia sobre la identidad de Amelia, que había sido contratada por mi abuela "a pesar de ser" hermana de un represaliado.
Cuando Amelia fallece, estrecho relaciones con su sobrina Manola Palomo Sánchez, quien, lucida y con buena memoria, me cuenta muchas historias sobre mi adorada abuela, y sobre mis abuelos, lo que nunca habían hecho mis padres ni nadie de mi familia biológica. Yo estaba escribiendo un texto de homenaje a mi abuela María y Manola me proporcionó una ingente cantidad de datos familiares e históricos. Hasta que un día menciona que su tía Amelia, mi tata Amelia, tenía un hermano, su tío Manuel, y me refiere todo lo que le aconteció. Quedé tan impresionado por el relato de algo que llevaba décadas sin ser narrado que decidí homenajearle redactando las circunstancias de su desaparición en la entrada que le mandé en primer lugar, y que publiqué hace unos años en mi blog personal. Entre otras cosas, fue emocionante tocar con mis dedos ese rosquito de pan y ese taco de billetes de autobús apenas estrenado (que Erodia, la hija mayor de Manola ha preservado).
Sigo visitando a Manola en las afueras de Sevilla y telefoneándola de vez en cuando, pues está muy frágil de salud y porque es la última superviviente de aquellos trágicos años, y ha demostrado conservar una memoria prodigiosa.