Postales racionamiento
El 14 de mayo de 1939, el triunfante Nuevo Estado anunciaba el establecimiento de un sistema de racionamiento de alimentos en España (al que aluden de forma un tanto blanda las postales que se adjuntan). Este iba a durar hasta 1952. A pesar de las promesas de Franco de dar “pan blanco” y de no dejar a ningún hogar “sin lumbre”, la realidad de corrupción, ineficacia y simple ausencia de sensibilidad hacia los más pobres significó que se produjo en España en los años cuarenta, y en especial entre 1941 y 1942, una hambruna sin par en la Europa occidental contemporánea en tiempos de paz. Se ha calculado que hasta 200.000 personas pudieron morir por hambre y enfermedades asociadas como tifus, tuberculosis, paludismo, etc., en toda la década.
No tenía que haber sido así. Durante la guerra, en la zona republicana hubo gran escasez de alimentos y hasta hambre en las grandes ciudades, muriendo miles de personas. En la zona rebelde, en cambio, con menos población y con mayor producción agrícola, hubo más abundancia, pero también aparecieron los primeros síntomas que debían haber inquietado a las autoridades.
En agosto de 1937, el bando franquista creó el Servicio Nacional del Trigo, este sirvió para acaparar la producción cerealística pagando a los agricultores un precio razonable, pero, para mantener los precios, limitó la superficie cultivada de cereales. Esta medida se mostraría nefasta cuando, tras la victoria en la guerra, el régimen se enfrentó al problema de tener que alimentar a millones de españoles más. Pronto surgieron la escasez y el mercado negro.
Ante este problema, las medidas de la dictadura se centraron en intervenir la mayoría de los alimentos. Los productores se dieron cuenta de que podían ganar más vendiendo sus productos en el mercado negro (llamado estraperlo). De esta manera se acentuó la escasez y subieron aún más los precios, desatando una espiral de inflación que dejó a los salarios de los trabajadores con entre menos de la mitad y un tercio del poder adquisitivo que tenían en 1936.
El racionamiento tendría que haber ayudado a que estos no se muriesen de hambre, pero no lo hizo. El sistema de racionamiento español no proveía ni la mitad de las proteínas y vitaminas necesarias para el sustento del cuerpo humano. Ni siquiera en teoría, pues a menudo lo que se distribuía y que los consumidores supuestamente podían comprara a precios reducidos, no era lo prometido. No faltaban alimentos: simplemente los pobres no podían pagar los precios del mercado libre o del estraperlo. Por eso se morían. Funcionarios y comerciantes sustraían y cambiaban por alimentos de menor calidad lo que había que repartir. Mientras tanto, los grandes estraperlistas, a menudo muy bien conectados con las autoridades, amasaban fortunas. La Fiscalía de Tasas, que debía reprimir el contrabando, sólo persiguió a los pequeños estraperlistas, a menudo mujeres que intentaban de este modo salvar a sus familias del desastre.