Los primeros intelectuales exiliados
El exilio comenzó en julio de 1936. Cuando estalló la guerra civil, varios de los intelectuales liberales españoles más notables sintieron que habían perdido su patria, o lo sentirían pronto, ahogada por la barbarie de violencia en ambas retaguardias. Muchos se convertirán en exiliados internos, otros saldrán del país, algunos de ellos volverán luego para ser marginados en la España franquista, y otros morirán en el exilio.
El más famoso de todos ellos fue el filólogo y filósofo Miguel de Unamuno quien, de dar un apoyo claro a los rebeldes en los primeros días de la guerra, pronto se desencantó ante la feroz represión de que tuvo conocimiento en su querida Salamanca y en el resto de la España de Franco. Después del tristemente famoso incidente con el general Millán-Astray el 12 de octubre, se encerró en su casa y allí moriría, deprimido, el último día de 1936.
El mismo desprecio y temor al terror de Unamuno afectó al poeta y futuro premio nobel Juan Ramón Jiménez a quien la guerra sorprendió en Madrid. A pesar de apoyar a la República, se sentía inseguro y decidió salir de Madrid. Con la ayuda de Manuel Azaña se trasladó a Washington como agregado cultural de la embajada española. Cuando acabó la guerra, los rebeldes saquearon su casa de Madrid. Ya nunca volvería. Después de un largo periplo americano, se instaló con su mujer en Puerto Rico donde fallecería.
A medio camino entre ambos estuvo la experiencia del filósofo José Ortega y Gasset, a quien la guerra le encontró enfermo en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Ante la presión para que apoyase a la República, decidió irse del país, comenzando así un periplo que le llevaría a Paris, los Países Bajos, Argentina y, finalmente, Portugal. Volvió a España en 1945, pero no se le permitió recuperar su cátedra y vivió en una situación de semi-tolerancia oficial hasta su muerte.
Otra historia de horror ante el horror fue la del músico Manuel de Falla. Católico y de inclinaciones conservadores, vivió en Granada toda la guerra, pero lo hizo profundamente deprimido por la salvaje represión en esa ciudad que, entre otros, segó la vida de su querido amigo Federico García Lorca (en esta foto de finales de 1933, Falla es el número 3, Lorca el 2, y la actriz Margarita Xirgú la 1). El suyo fue un exilio interior que acabó siendo exterior. Mientras tanto, el nuevo régimen naciente intentó manipular su figura nombrándole para puestos oficiales sin su consentimiento. Unos meses después de acabada la guerra civil, salió para Argentina. A pesar de los intentos de la dictadura para que volviese, nunca lo hizo.
Son historias que, con distintos encajes y matices, vivieron otros intelectuales liberales como Gregorio Marañón, Ramón Pérez de Ayala o Alberto Jiménez Frau. Al acabar la guerra, la lista se hará mucho más larga.