Retrato del capitán Carlos Faraudo y de Micheo
Creator: Familia Faraudo.
Source:
Archivo fotográfico FPI. Fuentes: AGM/Segovia; B ASM (1931); Familia Faraudo]
Date Created: 1931
Type: Photographs
Extent: 1 item
40.4167, -3.70358
La noche del 7 de mayo de 1936 unos pistoleros falangistas asesinaban en Madrid a Carlos Faraudo, capitán de Ingenieros e instructor de las milicias de las juventudes socialistas, el cual aparece retratado en la fotografía. Su entierro reflejó el buen momento de la paramilitarización de la política española en aquella primavera. Asistieron otros oficiales que, como Faurado, mantenían vínculos con las milicias del PSOE (José del Castillo, Máximo Moreno…) y las Juventudes Socialistas Unificadas desfilaron ante el féretro puño en alto.
La conversión de los partidos en organizaciones de masas durante los años de entreguerras vino acompañada por la constitución de secciones paramilitares. Este fenómeno de brutalización de la política tuvo causas diversas. En España, un factor relevante fue la extrapolación de los principios, estereotipos y métodos producidos no ya en la Primera Guerra Mundial, sino en las guerras marroquíes, cuya aplicación quedó manifiesta en la salvaje actuación de las tropas coloniales en octubre del 34.
Las milicias de partido eran organizaciones de civiles armados, especializadas en el ejercicio de la violencia con fines políticos, que actuaban en la clandestinidad con independencia de sus partidos. Su carácter paramilitar emanaba de su instrucción marcial, la jerarquización y disciplina que moldeaban sus relaciones internas y sus vistosos uniformes. Aunque su propósito teórico era conquistar el poder, en España funcionaron más como grupos de acción que protegían los locales y actos del partido, combatían a sus contrincantes en aparatosas reyertas y atentaban contra militantes de formaciones rivales.
El crecimiento de las milicias políticas fue indesligable del protagonismo que en los años treinta se arrogaron los jóvenes. Prácticamente todos los partidos crearon sus secciones juveniles. Su inclinación hacia planteamientos maximalistas, además, los convirtieron en semilleros de los grupos de choque. De ahí que, en agosto de 1934, se prohibiera por decreto la militancia a menores de 16 años y se condicionara la de los menores de 23 a la presentación de una autorización de sus progenitores.
Muchas fueron las milicias que intervinieron en las luchas callejeras de aquella época. Las más importantes a la derecha fueron el Requeté carlista y la Primera Línea de Falange. Las Juventudes de Acción Popular no fueron más allá de la organización de servicios de protección. A la izquierda destacaron las secciones armadas de las juventudes socialistas y las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas, adscritas al Partido Comunista. En el mundo libertario no hubo milicias como tales, pero sí unos cuadros de defensa articulados por la Confederación Nacional del Trabajo y un sinnúmero de pistoleros vinculados con la Federación Anarquista Ibérica. El culmen de la movilización miliciana llegó en octubre de 1934 a consecuencia del papel que desempeñaron, en Asturias, las milicias obreras, y en Cataluña, los escamots de Estat Català.