Victor de Frutos, miliciano y oficial
Repository: Archivo particular Gabriela Cladera, Rosario, Argentina
Date Created: 1938
Type: Fotografias
Extent: 1 item
El número de argentinos voluntarios en la Guerra superó ampliamente el millar. En calidad de brigadistas en sentido estricto, es decir salidos desde Argentina con el propósito de integrarse al Ejército Popular Republicano, a las milicias o al Socorro Rojo, el número rondó los 400. La mayoría de ellos tenía militancia en el Partido Comunista Argentino que financió pasajes y proveyó pasaportes, en muchos casos, falsos. Los anarquistas movilizaron cuadros que se sumaron a tareas de retaguardia, aunque también combatieron en los frentes de batalla. Casos excepcionales constituyen los que residiendo en otros países europeos, acudieron a España espontáneamente, como Carlos Kern desde Suiza o el santafecino Hipólito Etchebéhère y su esposa Mika Feldman, única mujer extranjera con mando militar en las milicias del POUM hasta los sucesos de mayo de 1937. Los contingentes se nutrieron de hijos de españoles nacidos en Argentina que habían regresado ya en los años previos a la guerra por decepciones ante expectativas de progreso incumplidas o por razones políticas, ante el fin de la dictadura de Primo de Rivera, la instauración en 1930 del régimen militar de corte fascista del general José Félix Uriburu en Argentina y la proclamación de la II República, que amnistió a los desertores del servicio militar. Ejemplo de aquel diverso colectivo sería el del rosarino de nacimiento y militante comunista, Víctor de Frutos, en la fotografía, que llegó a ser comandante de la X División del Ejército del Centro.
Los combatientes que sobrevivieron al fin de la guerra tuvieron dispar destino: algunos lograron ser repatriados a Argentina, cierto número de miembros del PCA fueron evacuados a la URSS. Los que se trasladaron a Francia fueron confinados, se evadieron y hubo quienes se sumaron a la Resistencia, siendo una decena de desafortunados, deportados a los campos de exterminio del nazismo. Junto con aquellos argentinos de nacimiento que fueron obligados por los nacionales a enrolarse por residir en España -en 1941 había más de quinientos prestando servicios en el Ejército franquista que esperaban ser licenciados para regresar al país-, los sospechosos de adhesión al bando republicano así como los que habían regresado para luchar contra dictadura y fueron apresados, terminarían recluidos en cárceles franquistas y en centros de detención como San Pedro de Cardeña en Burgos y Miranda del Ebro. El poeta Luis Alberto Quesada y Juan Arhancet, encausados por delitos contra la seguridad del Estado, debieron esperar hasta 1959, cuando el gobierno de Arturo Frondizi (1958-62) logró su liberación. Se los expulsó de España, conmutándose sus penas por el extrañamiento perpetuo.
Hubo también argentinos que se sumaron a las fuerzas nacionales para combatir en el frente o colaborar en los servicios médicos. Unos setenta españoles o hijos de españoles pertenecientes a la Falange en Argentina partieron desde el puerto de Buenos Aires los primeros meses de la guerra. De forma inorgánica, algunos católicos se sumaron a lo que se creía una lucha colectiva en ciernes contra el comunismo por una Europa cristiana.
BF