La guerra civil española afectó a Bélgica en dos niveles. En primer lugar, afectó a su política exterior pues fue un obstáculo más a sortear para el reconocimiento internacional de la bautizada como “Política de manos libres”. Tras la violación de los Tratados de Locarno por parte de Alemania al remilitarizar Renania en marzo de 1936, Bélgica abandonó el sistema de seguridad colectiva y apostó por deslizarse hacia la neutralidad para asegurar la integridad de su territorio ante un potencial conflicto europeo. Adherirse a la política de no intervención en España ayudó al reconocimiento internacional de su nueva política exterior, pero le ocasionó debates políticos a nivel doméstico.
De ahí el segundo nivel. Afectó a la sociedad belga pues contribuyó a intensificar la polarización de la política del país. El gobierno de coalición compuesto por socialistas, liberales y católicos se vio confrontado al reto de evitar su ruptura y garantizar que no se abriesen ventanas de oportunidad para alternativas autoritarias como la que representaba el partido Rex. Para ello se sobrepuso a las tensiones que se daban entre los socialistas por desavenencias respecto a España y que derivaron en importantes crisis políticas, a la presión de los partidos y organizaciones juveniles de izquierda para rechazar la no intervención y acudir en ayuda de la República, a la batalla propagandística que se libró en la prensa sobre los acontecimientos españoles y a la campaña de propaganda que Rex, con la guerra de España como instrumento principal, utilizó para intentar desestabilizar a la coalición.