Portada de La Correspondencia, 30 de junio 1932
Source:
Hemeroteca Digital BNE
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Date Created: 1932-06-30
Extent: 1 item
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Frente al “¡Viva la República!” que llenaba las calles y las instituciones como símbolo de los nuevos tiempos, quienes sintieron las reformas republicanas como una amenaza convirtieron el “¡Viva España!” en respuesta provocadora y de vocación subversiva. Así lo expresaba sin reservas esta portada de La Correspondencia, que se ve aquí, un diario que nació el 29 de marzo de 1932 como sustituto de La correspondencia militar, desaparecida tres días antes en cumplimiento de la ley que prohibía la prensa de carácter político-militar. “Somos los mismos con las mismas ideas”, proclamó en su primer número. Y así fue. Hasta su desaparición definitiva apenas cuatro meses después, mantuvo la estructura formal, el equipo y la línea editorial de su antecesor. E idéntico director, Emilio Rodríguez Tarduchy, teniente coronel de Infantería retirado tras las reformas militares de Manuel Azaña, monárquico declarado y uno de los fundadores de Falange Española.
Además, Tarduchy actuó como enlace entre los carlistas y los militares que conspiraban contra la Segunda República y fue uno de los creadores de la organización clandestina Unión Militar Española (UME). El fiasco del golpe de agosto de 1932 supuso un aprendizaje para los militares desafectos a la República. En próximas conspiraciones debían evitar repetir las causas de su fracaso: su planteamiento anticuado de pronunciamiento y la falta de apoyo civil y militar. La conjura que lograse conquistar el poder necesitaba un movimiento militar planificado, el apoyo de una mayoría de los oficiales en activo y fondos suficientes.
Con este fin, el militar monárquico Jorge Vigón comenzó a recaudar fondos entre los terratenientes, a quienes la reforma agraria ya asustaba lo suficiente. También entre los militares, que por compañerismo o por la mala conciencia de no haberse sumado al golpe en un ejercicio de prudencia, pusieron en marcha una red de apoyo económico para los condenados. El éxito fue tal que los presos recibieron el equivalente a los sueldos perdidos.
Este engranaje de ayudas sirvió de primer contacto entre oficiales extremistas descontentos con las reformas y los peligros republicanos y fue el germen de la UME, una agrupación clandestina clave para que el golpe del 18 de julio no repitiese los mismos fallos de planificación.
La UME se encargó de crear en los cuarteles la masa crítica necesaria para una conspiración exitosa, generando a través de una creciente red de enlaces las condiciones facilitadoras de un entramado golpista. Durante la primavera de 1936 su labor fue la agitación a través de manifiestos incendiarios y soflamas patrióticas. Con la consolidación del mando del general Emilio Mola, los militares de esta agrupación desaparecieron de la primera línea de toma de decisiones. Siguieron formando parte de las juntas regionales y permanecieron a la espera de órdenes, mientras contribuían a mantener el ambiente caldeado.
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