Jesús Cruz Valenciano
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Me llamo Jesús Cruz Valenciano. Soy catedrático de historia emérito.
Estos documentos pertenecen a mi padre, José Cruz Gámez, quien completó el curso avanzado de piloto de la República en otoño del 38 y efectuó al menos un vuelo en solitario en febrero del 39.
Mi padre tenía 17 años cuando estalló la guerra y decidió presentarse voluntario nada más cumplir los 18, a finales del 36. Tomó esa decisión temeroso de que le fueran a llamar forzosamente a filas y no pudiera elegir destino. Mis abuelos estaban muy preocupados porque a su hijo mayor, funcionario de Hacienda, le pilló el 18 de julio en Soria donde estaba destinado y le movilizaron los nacionales. La posibilidad de que los dos hermanos se encontraran en el frente de combate en lados opuestos aterrorizó a mi abuela durante toda la guerra. La decisión de mi padre de presentarse voluntario estuvo, en buena parte, motivada por esta situación. Se incorporó al frente de Guadarrama donde tomó un curso de radio telegrafista y ejerció en ese puesto hasta la primavera del 38.
Cuando mi padre se incorpora el frente de Guadarrama estaba bastante estabilizado tras haber sido uno de los más convulsos al comienzo de la guerra. Me contaba que allí los combates eran esporádicos y ocurrían en ocasiones muy contadas, a veces tras un intercambio de insultos a gritos de trinchera a trinchera. Recordaba como una de aquellas ocasionales batallas ocurrió a consecuencia de un partido de fútbol que habían organizado los dos bandos. La cosa debió de empezar con un intercambio de zancadillas que pasaría a los mamporros para terminar a tiros. Los días debieron de hacerse largos y tediosos y para matar el tiempo hacían batidas para cazar lagartos, conejos y ranas que luego cocinaban para el rancho diario. Entonces, a principios del 38 llegó al frente información de que se estaban reclutando voluntarios para hacer un curso acelerado de vuelo y pilotar aviones. José decidió presentarse, le hicieron unas pruebas que superó y le seleccionaron.
José era tipógrafo de profesión, había ido a la escuela sólo hasta los siete años en un colegio católico como alumno pobre. Había nacido en Baeza en una familia de jornaleros que emigraron a Madrid en 1920 cuando José había cumplido un año. A los ocho años entró de aprendiz en una imprenta, se hizo cajista y al estallar la guerra ya dominaba todos los secretos de la tipografía. Era inteligente, reflexivo, muy trabajador y, a pesar de su corta educación, siempre tuvo una enorme inquietud intelectual.
Los diez meses que pasó en el ejército del aire de la República le dejaron una marca profunda. Prueba de ello es la decisión de conservar su cuaderno de vuelo a pesar de los riesgos que eso conllevó en los oscuros años de la posguerra. Contaba que el entrenamiento fue muy intensivo, muy exigente, pero que no se hizo difícil por la calidad y profesionalidad de los instructores. Aunque el énfasis del currículo era la práctica también contenía una parte teórica en la que aprendió cartografía, principios de física aeronáutica, matemáticas e incluso nociones básicas de astronomía. El cuaderno proporciona una interesante información sobre algunas de las características de los cursos acelerados para piloto establecidos a partir del 38.
Mi padre se benefició de las leyes de rehabilitación para combatientes de la República. Gracias a haber conservado el cuaderno de vuelo consiguió ser rehabilitado con el grado de comandante jubilado. Un reconocimiento que aún siendo tardío no dejó de ser recibido con satisfacción y estímulo.