Brazalete de guerrilla
Este brazalete perteneció a un miembro del Ejército Guerrillero de Galicia, una de las unidades irregulares que llevaron a cabo la resistencia armada al régimen franquista hasta 1952. En esta lucha participaron entre diez y doce mil partisanos y tuvo sus principales focos en Galicia y Asturias, León, Extremadura y Castilla la Nueva, Granada y Málaga, y Cuenca, Teruel y Castellón.
El golpe de Estado fallido, así como la propia guerra y la violencia sublevada fueron los elementos que generaron la resistencia guerrillera republicana, cuyo origen se remonta al verano de 1936, y que continuó después del final de la Guerra Civil, no siendo completamente derrotada hasta 1952.
La historia de la guerrilla antifranquista se inserta dentro del contexto europeo de la Segunda Guerra Mundial, en el que los movimientos de resistencia armada fueron la respuesta a la ocupación y al colaboracionismo local. Una de las grandes diferencias de la resistencia republicana en relación con el resto de las resistencias europeas la hallamos en el hecho de que las experiencias europeas pudieron reivindicar la victoria sobre el fascismo, por mucho que su contribución y eficacia militar real fueran muy variable. Mientras tanto, los republicanos españoles fueron derrotados tanto en la guerra regular como en la irregular.
Pero también hay vínculos evidentes. El Ejército Popular de la República utilizó unidades guerrilleras, y algunos de sus miembros incluso terminaron liderando unidades partisanas sobre todo en Francia, pero más lejos aún como en el Frente Oriental o en Yugoslavia. Además de los cientos de partidas que se formaron y actuaron al margen del Ejército entre 1936 y 1939.
Tras la derrota definitiva del Ejército republicano, en 1939, los partisanos no luchaban para tomar una ciudad, ni tampoco para vencer a las fuerzas franquistas, sino que lo hicieron principalmente para sobrevivir a la espera de acontecimientos como la invasión aliada de España que nunca sucedieron. En los años cuarenta, el Partido Comunista de España estructuró agrupaciones guerrilleras y envió cuadros desde Francia a liderarlas. Esto supuso un cambio en la forma de encarar los combates, profesionalizando a buena parte de las partidas y permitiendo que su existencia se extendiese en el tiempo. Pero los guerrilleros estaban abocados al fracaso.
La asimetría entre guerrillas y los actores contrainsurgentes suele caracterizarse porque los segundos cuentan con una serie de recursos que los primeros no tienen en general, tal y como ocurrió en España: un gobierno establecido con reconocimientos diplomáticos; mayores recursos financieros, industriales y agrícolas; la gestión y el mantenimiento de redes de transporte y comunicaciones; o el control de la información, entre otras cuestiones. Por ello, las fuerzas encargadas de la contrainsurgencia no estuvieron más de quince años batiéndose en las sierras para quitarle el control del territorio a los partisanos, pues de facto no controlaban nada, sino que buscaron eliminarlos físicamente u hostigarlos para que, agotados, se terminasen exiliando. En el camino quedaron unos 2.000 guerrilleros muertos y más de 3.000 detenidos.
AGV