Barcelona. Proclamación de la Segunda República. 14 de abril de 1931. Palacio de la Generalitat
Creator: Vidal, Luis
Date Created: 1931-04-14
Extent: 1 item
41.38289, 2.17743
Hacia las tres de la tarde del 14 de abril de 1931, alguien colgó una bandera tricolor en lo alto del palacio de Correos, en la plaza de Cibeles de Madrid. La escritora María Zambrano recordaría años después cómo corrió la voz y en cuestión de minutos una «muchedumbre compuesta de grupos, vecinos de los barrios, amigos, gente que confraternizaba de repente», copó el centro de la ciudad. Algo más de tres horas después fue proclamada la República.
La imagen de aquellas multitudes festivas, extendida por todo el país, ilustra el cambio trascendental que estaba teniendo lugar en el mundo desde finales del siglo XIX: las masas, por utilizar una palabra propia de la literatura política y social de la época, habían irrumpido en la escena política haciendo añicos cuanto aún sobrevivía del viejo liberalismo oligárquico, en el que solo una pequeña élite política, económica, social y cultural dirigía los asuntos públicos.
Filósofos, científicos sociales o literatos observaron el fenómeno con aprensión. «La masa es siempre intelectualmente inferior al hombre aislado» proclamó en 1895 Gustave Le Bon. «El advenimiento de las masas al pleno poderío social» es «la más grave crisis que a pueblos naciones y culturas cabe padecer», advirtió José Ortega y Gasset en 1927.
Es comprensible el miedo porque tras la Gran Guerra aquellas masas se estaban convirtiendo en un sujeto político imprescindible para la derecha y la izquierda radicales. La revolución rusa había demostrado su fuerza y los partidos comunistas y algunos socialistas se miraban en el espejo soviético. La Federación de Juventudes Socialistas española, por ejemplo, llamó en 1932 a la «conquista del Poder por la acción revolucionaria de las masas».
La capacidad de movilización masiva también resultó crucial en el camino de los fascistas y los nacionalsocialistas hacia el poder. Y las derechas radicales europeas hallaron allí sus referentes. El primer número del diario El Fascio, en 1933, advertía de que el Estado fascista debía ganar «para sí a la masa auténtica de la nación». Por eso el programa de Falange, un año después, apelaba a la superación de capitalismo para acabar con «la miseria en que viven las masas humanas».
Al comenzar la década de los treinta solo unos pocos países europeos habían transformado radicalmente sus instituciones para integrar a las masas, es decir, a la ciudadanía, en sistemas políticos democráticos. España se sumó a ellos con la proclamación de la república. Pero la República llegó en un contexto europeo nada propicio. Tal y como observó, desolado, el político y escritor liberal británico Ramsay Muir en 1930, a estas alturas se extendía por todo el continente el repudio de los principios democráticos «y de las ideas de libertad sobre las que se asientan».
MML