El exilio intelectual y científico
Public Domain, https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Dorotea_Barn%C3%A9s_Gonz%C3%A1lez_-_ca._1929.jpg
Date Created: 1929
Type: Photograph
Extent: 1 item
El 22 de febrero de 1939 moría en una pensión de Colliure, Francia, el poeta Antonio Machado. Tenía apenas sesenta y tres años. Finalizaba así un periplo de dolor y exilio que había comenzado un mes antes, cuando abandonó Barcelona junto a su familia y un grupo de amigos que incluían al novelista Corpus Barga, el humanista Carlos Riba, el filólogo Tomás Navarro Tomás y el filósofo Joaquín Xirau. Eran unos nombres más entre los 450.000 de la Retirada.
El régimen franquista siguió persiguiendo a Machado después de su muerte. No sólo mandó su olvido oficial, sino que en julio de 1941 decretó su separación del cuerpo de catedráticos de instituto. La historia del poeta, de su memoria bajo el régimen y su círculo de acompañantes en sus últimos días resumen cuál fue el destino de miles de intelectuales y científicos españoles después de la victoria franquista en la guerra.
La lista de nombres de estos exiliados es larga e incluye a lo mejor de, por ejemplo, la literatura de esa “segunda edad de plata” de la cultura española que cristalizó durante la Segunda República. La mayoría acabarían en las américas y en particular en México: Rafael Alberti, Max Aub, Francisco Ayala, Manuel Chaves Nogales, Luis Cernuda, Rosa Chacel, Juan Ramón Jiménez, Elena Fortún, María Lejárraga, Pedro Salinas, Ramón J. Sender, etc. A estos hay que incluir cineastas como Luís Buñuel; la filósofa María Zambrano; el matemático Julio Rey Pastor; el historiador Claudio Sánchez-Albornoz; las químicas Dorotea Barnés – que aparece en esta fotografía de 1929- y Pilar de Madariaga; el físico Blas Cabrera; el farmacéutico Francisco Giral; el científico aeroespacial Emilio Herrera; o el jurista Luis Jiménez de Asúa (en una ironía de la historia, este último, exiliado en Argentina, será el maestro de los fiscales que consiguieron condenar a los dirigentes de las juntas militares de aquel país de los años setenta).
La contribución estable más relevante del exilio intelectual español fue la creación en octubre de 1940 del Colegio de México, el centro de élite universitario más importante en aquel país y quizás de toda Latinoamérica. Allí enseñaron profesores tan destacados como Carlos Bosh García, Óscar de Buen, Francisco Giral González, Juan Antonio Ortega y Medina, Wenceslao Roces, Adolfo Sánchez Vázquez y José Gaos.
El vacío intelectual y científico que dejaron estos exiliados en España fue enorme, comparable al de la Alemania nazi en los años treinta A menudo, fueron sustituidos en los puestos académicos que les quitaron por mediocridades cuyo mayor mérito era la lealtad al nuevo régimen. La ideología nacionalcatólica de la dictadura significó que España se descolgase durante décadas de la evolución intelectual del resto de Occidente. El escaso apoyo a la investigación del franquismo también condenó al país a un atraso científico notable. La infrafinanciación del sistema educativo, el clasismo del mismo y su orientación reaccionaria y autoritaria profundizaron aún más lo que el novelista Luís Martín-Santos llamó un “tiempo de silencio.”