Nacionalcatolicismo
Creator: Villaplana Vargas, Enric
Source:
ACBG30-113-N-3225, Arxiu Comarcal del Bages
Date Created: 1956-05-20
Extent: 1 item
41.72889, 1.82868
En 1956 se celebraba el cuarto centenario de la muerte de San Ignacio, En el mes de julio, Franco asistiría en Loyola a la solemne celebración del aniversario. Dos meses antes, en Manresa, otro lugar ignaciano, también se llevaron a cabo actos conmemorativos del centenario; entre ellos, la bendición y colocación de la primera piedra de un grupo de viviendas bautizadas con el nombre del santo. Para la ocasión posa, sentado, ocupando el lugar de mayor honor, el arzobispo de Tarragona, cardenal Benjamín de Arriba y Castro, rodeado de otros eclesiásticos y de autoridades civiles y militares.
Como en la foto, la Iglesia católica ocupó un lugar preeminente dentro del estructura de poder franquista. La Iglesia procuraba legitimidad a la dictadura y obtenía, a cambio, una posición de privilegio como, probablemente, no había gozado desde la instalación del régimen liberal en España. Se aspiraba a esa perfecta unión entre nación, Estado y religión católica a la que luego se daría el nombre de “nacionalcatolicismo”.
La confesionalidad católica del nuevo Estado se puso de manifiesto en la derogación de la legislación laica aprobada por la República, en la concesión de numerosas prerrogativas a la Iglesia católica y en el reconocimiento de la oficialidad de la religión católica en las Leyes Fundamentales. El Estado, a su vez, se aseguraba la fidelidad eclesiástica a través de su intervención en el nombramiento de los obispos. El concordato, firmado en 1953 entre España y la Santa Sede, confirmaba de manera solemne la catolicidad de la nación y del Estado y los privilegios de la Iglesia española.
La Iglesia intentó sacar el máximo provecho de la protección brindada por la dictadura y de su estatuto privilegiado para restaurar su influencia sobre la sociedad. Los instrumentos de esa reconquista social fueron, entre otros, la ubicuidad de la presencia pública del catolicismo y sus representantes, el incremento de los miembros del clero, el monopolio del sistema educativo, el control de la moral, la presencia en instituciones asistenciales y en el ejército, la propiedad de medios de comunicación, la organización de misiones populares, y el activismo de los seglares a través de organizaciones como la Acción Católica.
Además, el catolicismo oficial del régimen se hizo patente en la integración de católicos pertenecientes a organizaciones oficiales de la Iglesia en el gobierno y la administración, sobre todo a partir de 1945. Por aquella fecha, de hecho, la caracterización del régimen franquista como un régimen católico se convirtió en la cobertura perfecta que le permitía tomar distancia de las potencias fascistas, de las que había sido aliado durante la Segunda Guerra Mundial, y reclamar su lugar en Occidente.
JCM