Juan Sacristán Ruiz Funes
Extent: 1 item
Soy Juan Sacristán Ruiz Funes, nieto e hijo de exiliados republicanos en México. (Escribo este texto en colaboración con Javier Elorriaga Berdegué.) Mis padres son José Sacristán Colás y Carmen Ruiz Funes Montesinos. Siendo él, su padre y hermanos, parte del bando perdedor en la guerra civil que causó el levantamiento fascista militar, salieron de España junto a decenas de miles de familias más, cruzando desde Cataluña a Francia, al exilio.
Ahí, cuando pensaban que dejando atrás la frontera española, junto con su casa, sus familiares, sus amigos, ni más ni menos que su vida hasta entonces, dejaban también la pesadilla de la guerra, la persecución y el hambre, se encontraban con que todavía les esperaba un capítulo más de esa pesadilla: los “campos de refugiados” donde los recluyó el gobierno francés. Entre comillas porque realmente eran campos de concentración, peor aún, enormes playas adonde fueron arrojados sin más pertenencia que su humanidad, sin ningún tipo de infraestructura para protegerse de los elementos: el viento helado desde la mar, o los rayos abrasadores del sol; la fina arena que se metía en los ojos, los oídos, las narices, entre los jirones de ropa. Sin techo, agua ni comida, con los mercenarios senegaleses y soldados franceses del otro lado del alambre de púas, rezando a su Dios para que algún español intentara huir y así poder acabar con él a tiros. Miles murieron de hambre, sed y enfermedad en esas playas; otros asesinados al intentar huir; muchos regresados a España y fusilados y un gran número llevados a los campos de concentración nazis en Alemania.
Alrededor de 500 mil españoles, mujeres, hombres, niños, cruzaron la frontera buscando una nueva vida y se encontraron con esos campos de concentración franceses: Gurs, Saint-Cyprien y Barcarès, Septfonds, Rivesaltes, Vernet d'Ariège y Argelès-sur-Mer, entre los más grandes y tristemente famosos. Los nombro para que no se olviden. En el último nombrado estuvo mi padre. De ahí logró escapar, y junto con nuevas oleadas de exiliados tomaron rumbo a América: los Estados Unidos, República Dominicana, Argentina, Cuba y miles, muchos miles, como mis padres, a México, país que les dio una segunda oportunidad de vida.
He trabajado en tres esculturas como homenaje a mi padre, de cuando estuvo preso en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer. La fuerza de la madera quemada, vencida en el campo de batalla, pero no vencida en el de la vida y la historia. El alambre de púas de esa etapa tan negra de la historia europea y francesa. Y la caja de puros, que tanto saboreaba mi padre, renacido en su nueva casa mexicana, invencible en sus ideas, su tradición y la enseñanza de empujar siempre, no vencerse, no dejarse morir entre la arena.
Este es uno de los homenajes a él, a miles como él, españolas y españoles que no se rindieron ante la vida y trajeron nueva vida a este lado del mar.